El magnífico relleno sedimentario de la cueva de la Gran Dolina, en la Trinchera del Ferrocarril, que abre una ventana al pasado en la Sierra de Atapuerca, constituye una de las mejores secciones estratigráficas del tránsito Pleistoceno inferior/Pleistoceno medio, fechado por microfauna y paleomagnetismo, entre 900 y 600.000 años (técnicamente es el límite paleomagnético Matuyama-Brunhes). Este relleno está repleto de los fósiles de todos los grupos de animales, plantas, seres humanos y sus industrias que se han podido conservar y que vivieron en los alrededores de Atapuerca durante este tránsito del cuaternario (porqué a veces utilizamos Cuaternario y a veces Pleistoceno, palabras que significan casi lo mismo lo explicaremos en otro momento).
Los más interesantes, por su abundancia y claridad de diagnóstico, un solo diente fósil permite determinar la especie, son los pequeños mamíferos: principalmente los de roedores e insectívoros. Los dientes de los roedores e insectívoros se conservan muy bien en los sedimentos gracias a la dureza del esmalte dental que los recubre. Esto, junto con su enorme abundancia los convierte en las mejores herramientas de datación (bioestratigrafía) y reconstrucción ambiental y climática (paleoecología) que se conocen en los medios continentales, porque en los marinos, son los foraminíferos los campeones de la bioestratigrafía y de la paleoecología. En el estudio que se acaba de publicar sobre la expansión de los seres humanos de Europa occidental durante el cuaternario, basado en el análisis cuantitativo de las asociaciones de pequeños vertebrados, se reconstruye la evolución de los cambios paleoambientales y climáticos que tienen lugar durante el tránsito Pleistoceno inferio/Pleistoceno medio.
Los fósiles de los pequeños mamíferos, de las aves, de los anfibios y de los reptiles son tan diminutos que pasarían desapercibidos y se perderían si no se lavaran los sedimentos que los contienen. En Atapuerca lavamos cerca de una tonelada de sedimentos al día durante la campaña de campo de cada año que tiene lugar desde el 15 de junio hasta finales de julio.
Los humanos viajaron y se dispersaron por Europa a comienzos del Pleistoceno medio, es decir a finales del tránsito inferior/medio aprovechando probablemente las llanuras abiertas, conectadas a modo de corredores durante los períodos en los que el frío impediría la presencia de bosques cerrados, más propios de períodos más templados. El análisis de la estructura de las asociaciones de pequeños vertebrados nos indica un empobrecimiento del bosque a la vez que un aumento de los prados secos y tierras abiertas en general que está asociado a la disminución de la diversidad de los mamíferos por encima de este tránsito.
Las localidades de Gran Dolina en Atapuerca y Gesher Benot Ya’qov en Israel, situadas en los extremos oriental y occidental de la Cuenca Mediterránea muestran que durante el período de transición se registraron fluctuaciones globales frías y secas y cálidas y húmedas que influyeron notablemente en las poblaciones humanas. Lo más notable es el incremento de yacimientos de Homo heidelbergensis, un homínido del Pleistoceno medio, en relación a la pobreza de yacimientos de Homo antecessor, un homínido del Pleistoceno inferior.
Para consultar la referencia completa del trabajo aquí.
Más información el Correo de Burgos
Los más interesantes, por su abundancia y claridad de diagnóstico, un solo diente fósil permite determinar la especie, son los pequeños mamíferos: principalmente los de roedores e insectívoros. Los dientes de los roedores e insectívoros se conservan muy bien en los sedimentos gracias a la dureza del esmalte dental que los recubre. Esto, junto con su enorme abundancia los convierte en las mejores herramientas de datación (bioestratigrafía) y reconstrucción ambiental y climática (paleoecología) que se conocen en los medios continentales, porque en los marinos, son los foraminíferos los campeones de la bioestratigrafía y de la paleoecología. En el estudio que se acaba de publicar sobre la expansión de los seres humanos de Europa occidental durante el cuaternario, basado en el análisis cuantitativo de las asociaciones de pequeños vertebrados, se reconstruye la evolución de los cambios paleoambientales y climáticos que tienen lugar durante el tránsito Pleistoceno inferio/Pleistoceno medio.
Los fósiles de los pequeños mamíferos, de las aves, de los anfibios y de los reptiles son tan diminutos que pasarían desapercibidos y se perderían si no se lavaran los sedimentos que los contienen. En Atapuerca lavamos cerca de una tonelada de sedimentos al día durante la campaña de campo de cada año que tiene lugar desde el 15 de junio hasta finales de julio.
Los humanos viajaron y se dispersaron por Europa a comienzos del Pleistoceno medio, es decir a finales del tránsito inferior/medio aprovechando probablemente las llanuras abiertas, conectadas a modo de corredores durante los períodos en los que el frío impediría la presencia de bosques cerrados, más propios de períodos más templados. El análisis de la estructura de las asociaciones de pequeños vertebrados nos indica un empobrecimiento del bosque a la vez que un aumento de los prados secos y tierras abiertas en general que está asociado a la disminución de la diversidad de los mamíferos por encima de este tránsito.
Las localidades de Gran Dolina en Atapuerca y Gesher Benot Ya’qov en Israel, situadas en los extremos oriental y occidental de la Cuenca Mediterránea muestran que durante el período de transición se registraron fluctuaciones globales frías y secas y cálidas y húmedas que influyeron notablemente en las poblaciones humanas. Lo más notable es el incremento de yacimientos de Homo heidelbergensis, un homínido del Pleistoceno medio, en relación a la pobreza de yacimientos de Homo antecessor, un homínido del Pleistoceno inferior.
Para consultar la referencia completa del trabajo aquí.
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LUGAR Atapuerca, Burgos, España